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En la película The Big Short

En 2007 los signos de la crisis ya aparecieron en Estados Unidos, cuando cientos de miles de clientes no podían devolver sus hipotecas. El resto del mundo pensó que eso afectaba solo a EEUU. Se equivocaron.

En la película The Big Short (La gran apuesta), el director tuvo la ocurrencia de usar una analogía para mostrar cómo funcionaban los productos financieros de destrucción masiva.

En una de ellas, el actor usa una construcción de madera de diferentes alturas para explicar los productos financieros ligados a las hipotecas basura. Los pisos superiores eran A, y equivalían a clientes que pagaban siempre sus créditos. Los pisos medios eran B, que eran clientes que a veces tenían dificultades para pagar. Y los de abajo eran C, que eran clientes que no tenían muchas garantías de pagar la hipoteca. Los morosos.

Todo eso, A, B, y C se empaquetaba y se vendía por el mundo poniéndole un nombre bonito o más bien incomprensible como High-Grade Structured Credit Enhanced Leveraged Fund. Era un producto financiero donde el inversor podía obtener un pellizco de los intereses que pagaban los hipotecados a los bancos.
Un par de cómicos británicos lo resumió en un vídeo humorístico que dio la vuelta al mundo, y que demostró lo estúpidos que podemos llegar a ser, cuando compramos productos financieros (https://www.youtube.com/watch?v=pFmYIFk5i1Q).

El problema era que si dejaba de pagar C, es decir, la parte que estaba en la base de la construcción y que era más frágil, todo el edificio se desmoronaba.

Eso fue lo que sucedió: los que tenían hipotecas C eran personas sin trabajo, sin patrimonio y sin ingresos, los ninjas (no income, no job), que habían recibido esos créditos en tiempos de vacas gordas. Cuando subieron los tipos de interés, se estrellaron. Y con ellos el mundo entero, porque esos productos financieros de destrucción masiva se habían distribuido por el globo. Los bancos se quedaron con millones de casas y dejaron de prestar a otros bancos.

¿Por qué les prestaron tanto dinero?
Eso tiene una explicación. Para compensar el estado de ánimo de EEUU por los ataques a las Torres Gemelas en 2001, George Bush animó a los bancos a dar créditos, a las promotoras a promover viviendas y a los americanos a comprar pues “ser propietario de una casa forma parte del sueño americano”.

Era 2002. Los tipos de interés ayudaron a comprar casas porque Alan Greenspan, gobernador de la Reserva Federal, los bajó del 6% al 1% en un año. Todos los norteamericanos se lanzaron a comprar casas. En 2004, el 70% de los norteamericanos era propietario del suelo que pisaba.

Ese fue el caso de la señora Halterman. Propietaria de una casucha en Avondale, California, (en la imagen mostrada por The Wall Street Journal aparecía una chabola), esta mujer alcohólica con un largo historial de impagos recibió en 2006 de las empresas hipotecarias y sus intermediarios, un crédito por 103.000 millones de dólares con un tipo variable que llegaba al 15%. Halterman lo necesitaba para tapar los agujeros de su desatinada vida económica. Pero la mujer se compró un todoterreno. Como no tenía un trabajo estable y estaba enganchada a las anfetaminas, se fundió todo el dinero dejó y de pagar sus compromisos. Al final, abandonó la casa.

Pero su préstamo ya había dado la vuelta al mundo en el celofán de los ‘derivados’. La casa fue clausurada –como se hacía en Londres en tiempos de la peste–, y afuera se colgó un cartel que decía: “Inhabitable”. Halterman reconoció que no necesitaba tanto dinero. “Bien pensado, lo que necesitaba era una buena patada en el trasero” .

De repente, en 2005, Alan Greenspan se dio cuenta de que se había desatado una ‘exuberancia irracional’. Fue entonces cuando decidió subir los tipos de interés que llegaron al 5,5% en 2006, para disuadir a la gente de pedir hipotecas. Pero ya era demasiado tarde.

Millones de norteamericanos ninjas, en lugar de pagar sus casas, tiraron las llaves al banco y se largaron porque, con esos tipos tan altos, ya no podían pagar sus hipotecas. La ley les permitía tirar las llaves y largarse. Los bancos no llegaban siquiera a desahuciar, porque las viviendas estaban vacías. La foto ganadora del World Press Photo de 2008 era un agente de policía entrando en una casa con pistola en mano para proceder a un desahucio.

De modo que los bancos se llenaron de propiedades cuyo valor, debido a que nadie quería comprar ya, era mucho menor en ese momento.
Las empresas que había empaquetado esas hipotecas y sus rentabilidades por todo el mundo, empezaron a quebrar. En julio de 2007, Bear Stearns, una firma financiera, pidió ayuda al estado porque dos de sus fondos estaban quebrados. En agosto de 2007, hace diez años, la bolsa de Nueva York cayó de 14.000 a 13.200 y muchos se asustaron porque no recordaban esa caída en muchos años. No se imaginaron lo que les esperaba.

Mientras tanto, España, que sin saberlo había aplicado el mismo modelo de crecimiento que EEUU, permanecía ignorante al tsunami. Luis Garicano, profesor de la London School of Economics, en una entrevista en XL Semanal publicada en septiembre de 2007, alertaba de que se acercaba “un cóctel megaexplosivo”. Decía: “La cuestión consiste en saber cuándo se va a transmitir al conjunto de la economía [española]. Es cuestión de meses. Puede bajar el empleo en construcción, y luego la gente, al percibir que tiene menor riqueza, restringe el consumo. Y los bancos puede que disminuyan los créditos a otros sectores. Eso puede pasar a corto plazo”.

Tal cual. En septiembre de 2008, la Bolsa de Nueva York cayó a menos de 8.000 puntos. Los bancos españoles se encontraban con que tenían que devolver el dinero que les habían prestado otros bancos, principalmente alemanes. Y que no les prestaban más. Entonces, ellos dejaron de prestar a los empresarios, quienes decidieron despedir plantilla, al no poder pagar sus gastos. Los clientes de los bancos se quedaban sin trabajo, y dejaban de pagar hipotecas. Las fichas de dominó fueron cayendo. Había llegado la crisis.

Y diez años después el sector inmobiliario sigue recuperándose del estallido de la burbuja. La recuperación está afianzada y la normalización está volviendo al mercado. Eso sí, las cifras de compraventa de viviendas, precios, hipotecas o visados están lejos de los máximos de hace diez años y tampoco hay señales que nos lleven a pensar en nuevos desfases inmobiliarios.

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